La promesa de libertad puede ser interesante porque, como toda falta, puede llegar a motivar, a movernos, a ir en búsqueda de esa libertad. Pero a la vez, cuando se olvida que la libertad es una ilusión, puede ser problemático.
No es una opción apagar los pensamientos, dejar de pensar, o incluso elegir qué pensar como lo proponen ciertas psicologías que buscan que elijas pensar siempre en positivo, porque si pensás positivo, vibrás positivo, y entonces te llegan cosas buenas. Pero a este tipo de ideas se les olvida que el acto de pensar es mayormente involuntario, inconsciente.
Una cosa es querer pensar positivamente todo el tiempo –un trabajo autoimpuesto que resulta agotador– y otra cosa distinta es poder hacer algo con lo que pulsa en nosotros para experimentar la alegría de vivir, y a su vez, poder vivir con alegría.
Muchas drogas legales e ilegales, así como también libros de autoayuda y propuestas políticas, apuntan a la misma idea: la posibilidad de, por fin, llegar a la libertad tan añorada por todos. El problema es que justamente cuando se elimina la búsqueda de libertad porque uno se cree libre de pensar, también se termina la función de motivación y búsqueda que comentaba al comienzo.
Las promesas de libertad pueden servir para moverse, pero hay que prestar atención de qué libertad se trata, cómo se alcanza esa libertad propuesta y qué efectos tiene.
Es justamente porque la libertad no existe más que como ilusión que cuando alguien nos promete la libertad, nos obliga a pensar de qué libertad se trata. No existe una libertad para todos, ni una libertad completa ni siquiera para uno como “individuo”, ya que también es una ficción el concepto de individuo. No somos sin los otros que nos miran, nos reconocen, nos dan un lugar en la existencia.
Freud y la libertad
Freud advierte en diversas ocasiones sobre el hecho de que no existe una libertad psíquica, ya que estamos condicionados incluso desde antes de nacer, ya que llegamos al mundo con un nombre, con un lugar en el deseo o fantasía de nuestros padres, venimos a una estructura ya armada, con todo un sistema funcionando. Así lo dice Freud:
“Tienen profundamente arraigada una creencia en la libertad psíquica y la arbitrariedad, la cual es totalmente anticientífica y debe rendirse ante la exigencia del determinismo en la ciencia natural”
(Conferencias de introducción al psicoanálisis).
“Es que abrigan en su interior la ilusión de una libertad psíquica y no quieren renunciar a ella. Lamento encontrarme en este punto en la más tajante oposición con ustedes.”
La ironía de Lacan sobre los “librepensadores”
“No conozco librepensadores más que en el Vaticano. Yo no soy un librepensador, estoy obligado a atenerme a lo que digo, pero allá, ¡qué comodidad! ¡Ah! Se entiende que la Revolución Francesa haya sido vehiculada por los curas. Si ustedes supieran qué libertad tienen, amigos míos, les daría escalofríos. (…) El psicoanálisis, para ellos, está superado. Ven ustedes para qué sirve el librepensamiento: ellos ven claro”
(Seminario 19).
Nadie está libre de ideología de algún tipo, de discursos, deseos, ideales de los Otros que nos atraviesan, del sentido que le damos a las cosas. Es decir, nuestro modo de ver el mundo depende de nuestra historia.
Pensamiento crítico en lugar de promesas vacías
Por eso me parece tan interesante el pensamiento crítico, porque invita a cuestionar las ideas establecidas, propias y de los otros. Porque invita a no aceptar pasivamente la promesa de libertad, sino a interrogarla. A preguntarnos para qué y para quién es esa libertad. A entender que lo más interesante no es “ser libres” sino poder hacer algo con lo que nos condiciona, y en ese hacer, abrir un espacio de invención.
En definitiva, la libertad se parece más a una brújula que a un destino. No existe como estado pleno, pero la ilusión de ella nos orienta, nos empuja, nos pone en movimiento. Y si sabemos interrogarla, cuestionarla, entonces esa misma ilusión puede transformarse en un motor de invención.