Algo en nosotros busca eliminar la propia falta y la soledad uniéndose al otro. Es como una búsqueda por esa satisfacción primordial que era estar atado a un otro, atado a la placenta del otro, desde el cual estaba totalmente protegido:
“es la existencia de la placenta lo que le da a la posición del niño en el interior del cuerpo de la madre su carácter de anidación parasitaria” (Lacan, Seminario X).
Lacan dice que, en este sentido,
“El amor es impotente, aunque sea recíproco, porque ignora que no es más que el deseo de ser Uno, lo cual nos conduce a la imposibilidad de establecer la relación de ellos. La relación de ellos quiénes? – dos sexos.” (Seminario 20).
Esa búsqueda de completud se sostiene en fantasías culturales: la media naranja, el príncipe azul, el final feliz… que prometen que al encontrar al otro, todo encajará. Nada más lejos de la realidad: por más que se ame demasiado a alguien, no es posible encajar completamente con él ni tampoco renunciar a todo deseo fuera de la pareja:
“…en la experiencia, el amor y el deseo son dos cosas diferentes, y que es preciso de todos modos hablar claro y decir que se puede amar mucho a un ser y desear a otro» (Seminario 6).
El amor es impotente al intento de hacer entre dos, uno sólo. Por eso la propuesta psicoanalítica tiene en cuenta la singularidad de cada uno y la imposibilidad de completud.
Los intentos de que el otro responda y actúe exactamente a lo que queremos y que nos salve de nuestro propio vacío fracasan una y otra vez, y suelen ser consultas recurrentes de análisis: “siento que nunca voy a encontrar a alguien que sea como yo quiero”.
Y es que eso solo puede funcionar al principio, cuando el otro está decorado por nuestras propias fantasías e ideales. En el amor imaginario, propio del enamoramiento, Lacan indica que
“…se ama al propio yo, al propio yo realizado a nivel de lo imaginario» (Seminario 1).
Ahora bien, cuando ya no nos es posible seguir decorando al otro con los ideales de nuestro propio yo, eso cae, y ahí se produce el encuentro con la falta y con que el otro, al final, no era como pensábamos.
El psicoanálisis nos ayuda a reconocer el valor fundamental de nuestra falta, le confiere dignidad, y en este sentido, permite amar sin creer que el otro completará lo que nos falta.
El psicoanálisis nos enseña a desear sin tener que traicionar el amor y a amar sin tener que traicionar el deseo.
Tal vez, entonces, se trate de preguntarse: ¿qué espero yo del amor? ¿Qué tan dispuesto estoy a encontrarme con la falta del otro, y con la mía, sin exigir que esa falta desaparezca?
El amor, cuando no se deja atrapar del todo por el intento desesperado de ser Uno, puede volverse más humano, más digno, más libre. Un amor que no se construye sobre la ilusión de completud, sino sobre el reconocimiento de la diferencia, de la distancia inevitable que nos separa y, sin embargo, nos permite desear y encontrarnos.
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