El deseo como remedio para la angustia

Una alternativa a la respuesta de la época

El psicoanálisis ofrece una alternativa a la respuesta a la angustia frecuente en nuestra época.
Si la publicidad del mercado es: ¿Está angustiado? Consuma, la propuesta del psicoanálisis es lo contrario:
¿Está angustiado? Entonces pregúntese qué está pasando con su deseo.

Mientras que la primera respuesta es: tape la falta, siempre hay algo para consumir, la respuesta del psicoanálisis es: transforme su relación con la falta, es decir, la relación con su deseo, para poder vivir la vida con sus tristezas, sus frustraciones, sus sorpresas, sus placeres, sus errores y alegrías.

O como dice Contardo, es autorizarse a vivir intensamente cada momento.

Se trata de autorizarse a vivir la vida sin el peso de tener que eliminar lo que falta

Y esta invitación a vivir con lo que falta no es una consigna optimista, sino una condición estructural: la vida misma se sostiene en esa tensión.

El deseo se sostiene en la falta

El deseo se sostiene justamente en esa tensión con lo que falta; es porque algo falta que puedo desearlo.
Pero cuando no hay lugar para eso que falta, cuando falta la falta, aparece la angustia.

“Si la angustia es una relación de sostén respecto al deseo allí donde el objeto falta, el deseo, invirtiendo los términos, es un remedio para la angustia”, explicaba Lacan en el Seminario VIII.

El psicoanálisis se ofrece como brújula del deseo, que es sostén de la vida y resistencia ante el goce inmediato, repetitivo y mortífero propuesto por el discurso de la época actual: el “gozar para ser feliz” que obtura la falta, que intenta evitar todo lo displacentero y que deja al sujeto arrojado al rechazo del inconsciente, al desconocimiento de sí mismo y de sus síntomas.
Así, la angustia cada vez más se intenta tramitar por lo imposible de lo real y por el actuar (medicina, drogas, cirugías, violencia), y cada vez menos por la palabra.

El imperativo de gozar

Muchos de los sufrimientos presentes en la época actual están relacionados con el imperativo de gozar y consumir, de forma inmediata y constante, como modo de “vivir feliz” promovido por el discurso predominante.
Este gozar todo el tiempo, de forma inmediata, tapona la falta estructural de los seres hablantes, falta necesaria para que exista y se sostenga el deseo.

En la época actual se observa lo incierto del deseo, del no saber hacia dónde ir.
Solo importa gozar y ser feliz, y si existe algún malestar se puede recurrir a diferentes drogas legales e ilegales que permiten rechazar la angustia, apagando gran parte de la subjetividad. En este contexto, la falta deja de ser motor del deseo y pasa a ser vivida como amenaza.

Al borrar la angustia con soluciones inmediatas, también se borra el lugar donde podría nacer el deseo. Y cuando esa experiencia de falta se anula por completo, el sujeto queda atrapado en un presente sin horizonte.

Cuando la falta desaparece

La falta puede ser muy angustiante cuando no tiene espacio para desplegarse y cuando no encuentra una orientación creadora y deseante.
Es lo que muestra Lacan con el ejemplo de la madre que está siempre encima del niño, impidiendo el funcionamiento de la falta, y con ello impidiendo la función del deseo y provocando angustia. Allí la falta no encuentra lugar y el deseo se ahoga bajo el exceso de demanda:

“Lo más angustiante que hay para el niño se produce cuando la relación sobre la cual él se instituye —la de la falta que produce deseo— es perturbada, y esta es perturbada al máximo cuando no hay posibilidad de falta, cuando tiene a la madre siempre encima, en especial limpiándole el culo, modelo de la demanda, de la demanda que no puede desfallecer.”

Siguiendo esta lógica, Lacadée afirma: “Aquel que sabe no huir de su propia angustia será también aquel que no huya de su propio deseo».

Frente a esta dificultad para sostener la falta, la angustia se convierte en algo a evitar a toda costa.

Vivenciar la angustia

Huir de la angustia se presenta en nuestra época como un ideal para ser feliz, traducido en frases como “aléjate de los pensamientos negativos” o “soltá todo lo que te hace mal”.

Se nos apura para mostrarnos felices, para cambiar de página rápidamente, para no perder el tiempo vivenciando la angustia. Hay un montón de supuestos métodos y objetos disponibles para eludirla y seguir la vida como si nada pasara.

Contrario a esta idea, el psicoanálisis enseña que poder vivenciar la angustia permite moverse del lugar cómodo, interrogarse, dejar de habitar esa posición rígida, al menos por un momento.

Permitirse vivenciar la angustia es vivir con menos peso sobre las espaldas, porque nada resulta más pesado que una angustia no tramitada, no hablada, silenciada.

En el psicoanálisis, sostener ese espacio para la falta no es un defecto a corregir, sino la condición misma para que el deseo viva.

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