En el texto «El creador literario y el fantaseo” Freud establece algunas diferencias entre la función que cumple el jugar en el niño y como cambia este jugar en la vida adulta, ya que no podemos renunciar a nada, el adulto juega de otra manera, en las fantasías, en la mente ya que le generaría vergüenza y angustia por mostrar sus fantasías de carácter infantil y no permitido. Por su parte, el poeta suele ser un adulto que ha logrado mantener ese jugar, ya que «El poeta hace lo mismo que el niño que juega» (Freud).
Freud lo explica así: “El adulto deja de jugar y aparentemente renuncia a la ganancia de placer que extraía del juego. Pero quien conozca la vida anímica del ser humano sabe que no hay cosa más difícil para él que la renuncia a un placer que conoció. En verdad, no podemos renunciar a nada; sólo cambiamos una cosa por otra; lo que parece ser una renuncia es en realidad una formación de sustituto o subrogado. Así, el adulto, cuando cesa de jugar, sólo resigna el apuntalamiento en objetos reales; en vez de jugar, ahora fantasea. Construye castillos en el aire, crea lo que se llama sueños diurnos” (“El creador literario y el fantaseo”).
El juego y el deseo
El jugar de los niños implica un deseo puesto en juego (Freud dice que es ser grande y adulto, imita en el juego lo que le es familiar en sus cuidadores, deseo que contribuye en su educación) y es apuntalado, expresado, construido a través de objetos reales del mundo exterior, mientras que el fantasear de los adultos es una construcción mental de pensamientos, imágenes, palabras que no se encuentran presentes en la realidad efectiva.
A diferencia del niño, el adulto prefiere esconder muchos de los deseos que producen tales fantasías. El adulto, dice Freud, sabe “lo que de él esperan, que ya no juegue ni fantasee, sino que actúe en el mundo real; (…) entonces su fantasear lo avergüenza por infantil y por no permitido”.
Sigue Freud: “El niño juega solo o forma con otros niños un sistema psíquico cerrado a los fines del juego, pero así como no juega para los adultos como si fueran su público, tampoco oculta de ellos su jugar. En cambio, el adulto se avergüenza de sus fantasías y se esconde de los otros, las cría como a sus intimidades más personales, por lo común preferiría confesar sus faltas a comunicar sus fantasías. Por eso mismo puede creerse el único que forma tales fantasías, y ni sospechar la universal difusión de parecidísimas creaciones en los demás”.
El juego en el niño y el poeta
Siguiendo esta linea, Freud hace una analogía entre el niño que juega y el poeta ya que decía que el poeta hace lo mismo que el niño que juega en tanto crea un mundo de fantasía que lo toma muy en serio y lo separa tajantemente de la realidad efectiva: «Todo niño que juega se comporta como un poeta, pues se crea un mundo propio o, mejor dicho, inserta las cosas de su mundo en un nuevo orden que le agrada. Además, sería injusto suponer que no toma en serio ese mundo; al contrario, toma muy en serio su juego, emplea en él grandes montos de afecto. Lo opuesto al juego no es la seriedad, sino la realidad efectiva. El niño diferencia muy bien de la realidad su mundo del juego y tiende a apuntalar sus objetos y situaciones imaginados en cosas palpables y visibles del mundo real. Sólo ese apuntalamiento es el que diferencia aún su «jugar» del «fantasear»».
FUENTE:
-Freud, Sigmund – “El creador literario y el fantaseo”, en el Tomo IX.
Matías Gonzalez.
Licenciado en Psicología en la Universidad de Buenos Aires (UBA).