Vivir es cambiar

vivir es cambiar

El yo como ilusión imaginaria

El yo tiene la ilusión de saber lo que dice cuando habla, y de saber quien es. Sin embargo, las formaciones del inconsciente (acto fallido, sueños, chistes, sintoma) vienen a romper esta ilusión del yo haciendo emerger un nuevo sentido, un sentido inesperado que revela una verdad inconsciente. Por otro lado, las opiniones y elecciones también se encuentran influidas por el inconsciente: la forma en que fuimos deseados por el Otro (en principio, nuestros padres), los discursos que predominan, las palabras con las que fuimos nombrados. Así lo explica Lacan: «Creemos que decimos lo que queremos pero es lo que han querido los otros, más específicamente nuestra familia que nos habla. (…) Somos hablados y, debido a esto hacemos de las casualidades que nos empujan algo tramado. Hay en efecto, una trama, nosotros la llamamos nuestro destino.


Nuestra percepción de la vida y nuestro yo no es algo que podamos definir de una vez para siempre y quedarnos con eso que creemos que somos para toda la eternidad. Porque siempre hay algo en la vida que nos desestabilza, que nos genera sufrimiento, que rompe algo de nosotros que nos obliga a volver a constuirnos -aunque existan quienes eluden esta obligación negándola, escondiéndola, proyectándola.

Romperse y repararse

En la vida se trata de un constante romperse para volver a repararse, desconstruirse para volver a construirse, aceptar la pérdida de algo para poder volver a desear, el fin de algo que invita al comienzo de otra cosa. Como decía Foucault: «No me pregunten quién soy, ni me pidan que siga siendo el mismo».

Es necesario cambiar para poder adaptarse a los procesos psíquicos que la vida nos va exigiendo al exponernos a ciertos riesgos, pérdidas, frustraciones y obstáculos, así como a nuevos deseos, pensamientos, ideales, amores que van provocando modificaciones en nuestra forma de vivir, de ver la vida y de relacionarnos con los otros. Y el psicoanálisis ayuda justamente a cambiar esa posición subjetiva que nos provoca malestar y que siempre nos lleva a repetir lo mismo que nos causa dolor o que no nos permite avanzar en lo que queremos, y permite que la persona pueda pasar de la queja hacia el mundo y hacia los otros a una interrogación sobre su propia implicancia en el sufrimiento.

 

Si, las personas cambian, y está bien que lo hagan. «Mira este muchacho, cómo cambió desde que lo conocí» es un comentario que se escucha habitualmente. El problema sería no cambiar. Hay muchas personas que mantienen la misma personalidad y los mismos ideales que cuando tenían 20 años, y no está mal en cuanto no les genere sufrimiento, sin embargo se ve con mucha frecuencia que suelen quedarse atrapados en los deseos, ideales, y demandas de sus padres y que pasan su vida actuando con un yo rígido y limitado que a largo plazo los sumerge en la angustia y en la culpa de no poder actuar según su propio deseo y con la presión de tener que estar satisfaciendo los ideales de los otros.

 

La pasión y el fanatismo del yo

Hemos constituido nuestro yo a través de diferentes identificaciones y de la forma en que fuimos nombrados y deseados por el Otro, y a través de este yo es que vemos la realidad y la adaptamos a nuestros modos de relacionarnos con el mundo, obteniendo como ventaja el hecho de tener un modo más o menos estable de saber como actuar frente a ciertos acontecimientos, frente al deseo y frente a los otros. El problema muchas veces sucede cuando se mantiene este yo como una especie de certeza absoluta, como algo indiscutible, y no están dispuestos a cambiar aún cuando la adaptación de la realidad a su yo se encuentra cada vez mas limitada -y por lo tanto también se encuentra limitada las posibilidades de las distintas realidades que se podría imaginar. De esta manera, sucede muchas veces que en lugar de aprender de los errores, hay personas que se mantienen negándolos, ya sea poniendo la culpa en el otro o en la mala fortuna, o utilizando la frecuente excusa del «yo soy asi…», «así es mi personalidad y no la puedo cambiar».

El psicoanalista Contardo Calligaris da el ejemplo de las personas fanáticas quienes mantienen ciertas identificaciones que no les permite salir de esa posición. Calligaris lo define como una posición de pasión por la certeza que tiene el yo y que hace vivir a dichas personas en una burbuja, lo que interfiere con la posibilidad de poder pensar otras cosas.
Una de las cosas que me ha enseñado el psicoanálisis es que a través de la escucha del otro y de no aferrarse a nuestra posición narcisista en el que tenemos que sostener como sea nuestro yo, siempre es posible encontrar aprendizajes y puntos de vista que uno no había tenido en cuenta. Contardo Calligaris escribía columnas en un diario y recuerda una anécdota: “Recibo un e-mail de un lector de mi columna que me dice ‘no voy a leer nunca más tu columna porque decís algo de lo que estoy en desacuerdo totalmente’. Es bueno. Justamente yo cuando leo a un columnista es porque el piensa muy diferente de mí, porque encontrar a alguien que piense igual que yo no me interesa, ¿para qué sirve?, sólo para confirmarme algunas certezas falsas que probablemente ya tengo”.

 

El sujeto que se analiza o que, al menos, se pregunta sobre sí mismo, es un sujeto que le interesa saber, busca un sentido, lucha por cambiar aquello que repite o que le produce malestar. En cambio, lo que en psicoanálisis consideramos como un sujeto petrificado, es un sujeto que no le interesa como se producen las situaciones que le acontecen, sino que lo vive como si fueran pequeños accidentes que ocurren, o cuestiones del destino que no podría evitar. Podes ver más sobre esta diferencia en mi video en Youtube sobre alienación y separación: https://www.youtube.com/watch?v=hlwoWGgrDNw&t=14s

 

 

 

El psicoanálisis como una invitación al cambio

Cuando no podemos cambiar las situaciones displacenteras de nuestra vida, ha llegado el momento de cambiarnos a nosotros. Cuando una persona acude a un psicólogo o a un psicoanalista es porque tiene un síntoma que le causa un malestar que no puede explicar, que lo agobia o que le aparece como una repetición sinsentido. El síntoma es una metáfora, está en sustitución de otra cosa, y aparece transformado, desfigurado. Es una representación de algo que causa displacer pero que además, el sujeto goza en cierto punto de eso. En esa búsqueda de ayuda podrá encontrar un psicoanalista con quien empezar un proceso de «creatividad», creación, transformación, traducción de lo sintomático. Un nuevo significado a un significante que lo tenía sujetado y hasta esclavizado. El psicoanálisis opone tajantemente la muerte al deseo. Es decir, sin deseo, no hay vida.


Por último, les comparto un fragmento de un tango de Homero Expósito, «Chau, no va más…» que justamente hace referencia a esto, a «pintar todos los días sobre el paisaje muerto del pasado y lograr cada vez que necesites una nueva música, un nuevo piano. Crear la música nueva, una nueva vida y vivirla intensamente hasta equivocarte otra vez, y luego volver a empezar y volver a equivocarte(…), porque ¿sabés qué es vivir? Vivir es cambiar…».

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